lunes, 22 de agosto de 2011

¿Te acordás de cuando la vida pasaba en tres actos?


  Caminaba lentamente por la triste calle de Lanús. Siempre le parecía triste la calle los días nublados, porque emitía una luz demasiado blanca, demasiado fúnebre.
  Los pasos de Océano resonaban en los charcos de agua que, distraída en sus descripciones de paisajes de trenes, pisaba con toda seguridad. Sus manos protegidas en los bolsillos de su abrigo se cerraban con fuerza intentando proteger el poco calor que el día le dejaba.
  Al llegar frente a una escalera con una puerta de barrotes de hierro en el frente, se detuvo y tocó timbre. Rápidamente volvió a introducir las manos en sus bolsillos mientras dirigía su mirada atenta hacia una ventana que daba al frente de la casa. Una cabeza se asoma a través de ella y le hizo gestos para que espere.
    Océano se arremangó su abrigo apenas lo suficiente como para poder vislumbrar la hora. Llegaba tarde, algo que se había convertido en ritual con el paso de los años.
  En un corto lapso de tiempo que bastó para que a Océano se le entumecieran los dedos de los pies, un joven de estatura regular, rostro común y ropas de mucho uso, bajo de dos en dos las escaleras que conducían al frente de la casa -por encontrarse esta en un primer piso- y, mientras exhibía una sonrisa que esperaba compensar la espera, abría la puerta con una llave que traía en su bolsillo.
  Océano fue la primera en hablar:
-Disculpá la tardanza, esta mañana no me podía levantar.
-No te disculpes. Cuando quiero que vengas por acá, siempre te reservo un margen de tiempo. –Bromeó- Fuera de bromas, no hacía nada importante.
  Océano asintió, atravesó la reja ya abierta y comenzó a subir los peldaños hacia la casa.
-Mañana es mi gran día.
-Así parece, ¿Estás emocionada?
-Mucho. Es el día más importante de mi vida; voy a demostrar frente a cien, capaz doscientas personas de lo que soy capaz.
  A esta altura de la conversación, ambos ya habían cruzado la puerta principal y comenzaban a quitarse sus abrigos para colgarlos en el perchero de la entrada de la casa.
  Océano se dirigió a una estufa a pocos metros de la entrada. Acercó sus manos a la parte superior y siguió hablando:
-Sabés que amo la danza más que nada. Y que tanta gente pueda verme bailar… Estuve entrenando mucho en mi casa para que los pasos salgan perfectos, me tengo mucha fe.
-Se ve. Y yo voy a estar ahí para verlo ¿Querés tomar algo?
-No, gracias. Acabo de comer en mi casa.
  Como una experta en la geografía de la casa de su amigo, Océano caminó decididamente hacia una puerta corrediza situada en una de las paredes de la sala de la casa.
  Una vez dentro, el muchacho cerró la puerta detrás de sí y se sentó en uno de los sillones que se encontraban contra la pared de la habitación y colocó su pierna derecha en forma perpendicular sobre su rodilla izquierda;  un piano vertical de madera oscura abierto y con partituras tanto en el atril como en la parte superior, una computadora en un mueble con el mismo color que el piano repleto de CDs de música y un sofá-cama completaban la fachada de la habitación.
  Océano puso un pie sobre e sofá-cama, dio un ágil giro sobre él y quedo frente al anfitrión cruzada de piernas.
-En estos días tendría que haber comenzado a estudiar para los exámenes de la próxima semana, pero siempre me gana la vagancia. Nunca puedo comenzar ¿Vos cómo vas con eso?
  Reposando las manos en los brazos del sillón y mirándola divertido, El muchacho respondió:
-Sabés como me llevo con eso. Me causa gracia la pregunta. De todas maneras, vengo salvándome con la mayoría de las materias, el que está realmente en problemas es Sean- en este punto la mirada se le perdió en una esquina de la habitación.- esta faltando demasiado a clases por una complicación que le surgió en el brazo.
  Océano volvió a dirigir la vista hacia su interlocutor con una mirada cansada. Suspiró.
-Esta mañana Maribel me contó la historia de Sean. Al parecer, de niño su madre lo llevaba consigo al trabajo, y en una de sus corridas por los pasillos de la biblioteca, chocó con una de éstas, la que se le cayó sobre su brazo derecho.
  Al decir estas palabras Océano se agarró su brazo como temiendo que de un momento a otro se le desprendiera por arte de magia. Acto seguido descruzó las piernas y acurrucándose, las abrazó con sus dos brazos asomando apenas su cabeza por entre las rodillas.
-Él desde pequeño tocaba el piano como vos ¿Te acordás, Benja? -dijo señalando pensativamente el piano que estaba a unos metros de ella.- Y perdió el brazo de esa manera tan repentina. Se lo tuvieron que cortar, perdió mucha sangre.
  Benjamín alcanzó una caja de cigarrillos que se hallaba sobre las teclas del piano. Sacando un encendedor que tenia en el bolsillo, prendió un cigarrillo. Al ver expresión de Océano al encenderlo, se levantó de su asiento y abrió la ventana para dejar escapar el humo del cigarrillo. Dio una pitada y exhaló el humo hacia las frías calles. Luego se volvió a la chica que se encontraba a sus espaldas.
-Lo sabía, si, pero Sean nunca quiso que se supiese. Nunca le gusto ir dando lástima entre la gente. Además, todo lo que le pasó no le hizo desistir ni por un momento de lo que el ama, que es la música. Luego de salir del hospital,-tosió-  con su mano sana, siguió perfeccionándose con un profesor particular y por sus propios medios.
-¡Qué trágica es la vida a veces!- Océano se abrazó con mayor intensidad las piernas- ¡Qué fuerza!
  Benjamín volvió a darle una pitada a su cigarrillo, pero al ver que el humo seguía fastidiando a la chica, optó por arrojarlo a la calle y fumar más tarde.
  Apoyándose en el ventanal, se irguió  y giró. Con Océano ahora delante de él, se cruzó de brazos y la miró en una mezcla de compasión y ternura.
-¿Qué miras?- La expresión de Océano ahora parecía divertida.
-Nada, tu compasión es abrumadora a veces.- Sonrió y volvió a aclarar.- A veces.
  La chica deshizo el lazo que había formado con sus  brazos y, apoyándose en sus extremidades se acomodó en el sofá. Levantó la cabeza y apiló sus manos debajo.
  Benjamín retomo su lugar en el sillón con las manos perdidas sin un cigarrillo que sostener. Apenas sentado, se volvió a levantar para ocupar el taburete delante del piano.
-No de vuelta esa melodía de la película francesa que tanto te gusta. Ya me saca de quicio.
  Con las manos preparadas sobre las teclas, Benjamín se encogió y rió.
-Quedate tranquila Oce, nada más estoy aburrido.
 


-¡Estuviste espléndida, amiga mía!
-¿De verdad creés eso? ¡Estoy tan feliz!
  Océano abrazó a su amigo por el cuello mientras éste la rodeaba por la cintura. La entrada del teatro se veía atestadísima por el gran contingente que se desparramaba por las avenidas de la ciudad.
  Un hombre de baja estatura y vestido de traje interrumpe a la pareja  que ya comenzaba a soltarse.
-Discúlpenme, ¿Usted es la señorita Océano Funes de la Torre?
  Océano abrió sus ojos intentando descubrir como aquél extraño podría haber descubierto su nombre.
  Como adivinando la pregunta en sus ojos, el extraño responde:
-Esta escrito en el folletín del ballet.
-Ah, claro.
  A la chica se le empezaron a colorar las mejillas mientras su amigo reía entre toses.
-Mi nombre es Gerardo Casas, y estoy interesado en hacerle unas cuantas ofertas en cuanto a su oficio.
-Dígame.- La voz de Océano parecía nerviosa pero segura.-
-Perfecto. Al teatro le interesaría ofrecerle algunas funciones más a esta que parecía ser la única que iba a presentar, dado el éxito que produjo entre el público.
-Muchas gracias, me parece una oferta interesante…
-Pero esto no termina acá, una compañía amiga está interesada en ofrecerle un contrato para danzar ante unas tribunas dos, ¡qué digo dos! ¡Tres veces mayor a la de este teatrito!
  A todo esto, Océano había pasado de la euforia  absoluta a la desconfianza.
-¿Cómo  puedo fiarme de sus palabras?
-Simplemente porque soy el representante de la empresa que me contrata, aquí le dejo mi tarjeta para poder hablar luego más tranquilamente.
-Muchas gracias, nos vemos.
-Adiós.
  En ese momento, Benjamín, que se había dedicado a contemplar el brillo de un cigarrillo encendido entre sus dedos, habló:
-Deberías estar contenta.
-Y lo estoy, eso creo…
  Océano se rascó la cabeza y miró a su alrededor.
-Quiero volver a mi casa.
  Benjamín contemplaba atentamente a la chica que parecía ansiosa. Cuando Océano lo miró a los ojos, rió.
-Parece que todavía no caes en la suerte que te tocó.
  Océano le sonrió, pero esa sonrisa no le llegó a los ojos.
-Tenés razón, estoy un poco confundida.
-¿Querés que ir yendo en un remis?
- No, dejá, me tomo un taxi. Quiero pensar bien que voy a hacer. Además me siento un poco cansada por el show. Mañana nos veremos, adiós.
-Adiós.
  Lentamente, Océano caminó hacia el cordón de la avenida, donde paró un taxi que se detuvo frente a ella.
  Con una sonrisa en los labios dirigió un saludo al chico que la miraba ahora despreocupadamente desde la entrada del teatro.
  Océano le gritó algo que no llegó a entender, pero que lo tomó como un saludo. Acto seguido Ola chica se introdujo en el taxi y cerró la puerta del coche que ya empezaba a avanzar.
  El muchacho, ahora solo, se dedicó a pasearse por la vereda hasta encontrar alguna remisería para pedir un coche. Se abotonó el abrigo mientras miraba despreocupadamente las vidrieras de los negocios que comenzaban a cerrar.



   Un timbre suena en alguna parte. Benjamín se levanta en ropa interior y corre a atender el teléfono que ya había sonado un par de veces. En la carrera tropieza con la mesita y tira el teléfono que estaba sobre ella. Rápidamente toma el auricular y habla.
-¿Hola?
-¿Benja?- Una voz triste le responde, una voz pegajosa, que se oía a mucosidad y lágrimas.
-Hola Sandra ¿Qué contás?
  Al otro lado del auricular, se oía como alguien se echaba a llorar.
-Sandra, ¿Qué pasó? No entiendo nada.
-Esta mañana encontraron el cuerpo de Océano sobre la cama sin vida. Se había cortado una pierna con una cuchilla; perdió mucha sangre. Nadie escuchó nada.
  Como venido de otro planeta y repentinamente anormal, se escucho el ruido del teléfono al cortar desde el otro lado.

sábado, 20 de agosto de 2011

Salinger, un escritor del realismo fantástico.

(...) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura.

The Catcher in the Rye (1951)




Estaba en la sección de carnicería, esperando a que me cortaran unas chuletas de costilla de cordero. Junto a mí, estaban una madre joven y su hijita. La niña tenia cuatro años, y, para pasar el tiempo, se apoyó en el cristal de una vitrina y se puso a mirar mi rostro sin afeitar. Le dije que era la chica más guapa que había visto en todo el día. Ella lo encontro razonable y asintió. Le dije que seguro tenía muchos novios. Volvió a asentir. Le pregunté cuantos novios tenía. Ella levanto dos dedos de una mano. "¡Dos! -dije-, son muchos, ¿cómo se llaman, monina?" Ella contestó, con voz chillona "Robertita y Dorotea". Cogí mis chuletas y me fui corriendo, Éste es el verdadero motivo de mi carta, mucho mas que la insistencia de Bessie sobre tus estudios y el teatro.

Franny and Zooey (1961) 






-Señorita Carpenter. Por favor. Yo sé lo que estoy haciendo -dijo el joven-. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana.
-No veo ninguno -dijo Sybil.
-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas.
Siguió empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho.
-Llevan una vida muy triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella meneó la cabeza.
-Bueno, te diré. Entran en un pozo que está lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he oído hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas -empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más cerca del horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta.
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa después con ellos?
-¿Qué pasa con quiénes?
-Con los peces banana.
-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo?
-Sí -dijo Sybil.
-Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren.
-¿Por qué? -preguntó Sybil.
-Contraen fiebre bananífera. Es una enfermedad terrible.



A Perfect Day for Bananafish (1948)





sábado, 13 de agosto de 2011

Bariloche

  Bariloche... ¿Qué se puede decir?
El país de la euforia...
 Mientras todos estan bailando en el boliche, yo decidi faltar una vez. Y no pude evitar el necesitar escribir.
Se preguntaran por que no estoy viviendo el momento. Aqui y ahora estoy escuchando Sumo en una de las selecciones que deben gustar al que pone la música, pero la que se ve castrada cuando esta el grueso de la gente...
  El que pueda hacer este viaje, no se lo pierda por nada.
Es la libertad absoluta,
es el pasear por los pasillos a las cinco de la madrugada saludando a todo el que se te cruce,
es ir de una habitación a otra gritando y molestando,
es hacer el amor sin que la idea del tabú se cruce por la mente,
es poder ir a algún lado,y de repente cruzarte con un desconocido que te invita a tomar mates y donde surgen miles de historias nuevas...
  No es solo bariloche con sus espléndidos paisajes y sus diversiones de mediodía.
Es sentir la cordialidad en el aire,
el gusto a libertad,
el olor a sexo,
la melodía que se escapa de cada habitación,
el rayo de armonía en el ambiente.
  Estoy convencido de que el 80% de las anecdotas y recuerdos se dan en el hotel.

Lo demás es negocio.

martes, 9 de agosto de 2011

La noche es herida por una única luz amarilla.
                               y en el momento de los mudos, espero en vela,

espero....
                                        No sé que espero...

Mientras los perros buscan el calor de un sol
 y mientras los gatos hacen el amor, espero despierto,

espero...
                                                    Me gustaría saber que espero...

Cuando los árboles callan y observan el silencio
y la luna habla de relojes muertos, espero levantado,

espero...
                               Aún no se que espero....

Los párpados festejan el entierro de un oráculo,
sin saber que mañana
será profanado por las llamas.

En el universo no hay espacio para la resurrección.

miércoles, 3 de agosto de 2011

reloj de plástico
mi reloj de números gastados
que atrasás
que gastas pila

no sos un reloj solamente

que decoras
decoras de una manera agresiva hacia tu entorno

especial    genial         magistral

en las noches en vela
Es Distinguible
VulGAR
ME acompAÑA
mE DESvela
AÚN mÁS

PORQUE....
porQUE...
porque...

hace  ruido
Uno a uno los hermanos son empalados en el Pino Desnudo.
Uno tiene una antena en su mano,
otro una pantalla,
el otro palabras tatuadas en la piel...




El último tiene la figura de un hombre dormido...
El segundero gira en una espiral que le da cada vez mas tamaño.
Cuando razgue las cuerdas que ejecuta el reloj

nos decapitará a todos

y sonará el acorde perfecto...
Al verdadero escritor no le bastan los márgenes;
deberá concluir su poema
por mas que el punto final lo tenga que grabar en su propia pupila

de obsidiana.
Oscuridad,

la noche clama por el silencio de una pluma.
Miles de instrumentos pequeños invaden la mesa...

El no describirlos me otorga la seguridad del silencio de mis objetos.
El niño se divierte;
une las palmas de sus manos
entrelaza sus pulgares
y arquea sus otros dedos.


                                 
Una araña ha muerto en algun lugar...