martes, 28 de febrero de 2012

Hoy todo es una matriz.

En sus comienzos,
un mundo. 
Un mundo 
conformado por artesanos.

Todos tan audaces 
(la palabra artesano no existía)

Un día llegó de otro mundo un germen; 
un ser amorfo, visible y humilde:
el matricero.

Él lo hacía todo a mayor velocidad,
llegando a corromper a algunos artesanos.

Pasó mucho tiempo.
ya de esa vieja historia;
su mundo ha dejado de ser endémico,
hoy todo es una matriz.

lunes, 27 de febrero de 2012

Invitado a viajar

De repente, despertó.

  Justo, una estación antes de la que se tenía que bajar, un trayecto largo que aprovecharía para despejarse. Se le ocurrió mirar su reloj de muñeca. 18.30, no podía ser. Había hecho un viaje de 30 minutos... No, su reloj estaba descompuesto. Sí, eso debió ser.
  De cara a la ventanilla, se volvió para hablar con su acompañante de asiento que, raramente, era muy similar a su anterior acompañante;
- Disculpe, ¿Podría decirme la hora?
-Sí, cómo no. Las seis y media.
-Muchas gracias.
  No había dudas, había hecho el recorrido entero del tren, dos veces. Pero lo que le parecía imposible es que, ahora más despejado, podía reconocer a todas las personas, con sus respectivas posiciones, en el tren. Esas mísmas posiciones que ahora contemplaba, dos horas después, sin poder comprender.
  Se volvió otra vez a su acompañante, que era una mujer de unos cincuenta años de edad, con algunas arrugas, pero con la mirada cansada de la rutina.
-Disculpe, por casualidad ¿Usted se tomo este tren dos horas antes también?
  La mujer no se volvió para responderle al instante. Y cuando lo hizo, una mirada enferma le adornaba los ojos, una sonrisa ancha, desquiciada y con una voz, que no era la misma, respondió:
-Sí, todos. Estábamos esperando que despiertes; no queríamos darte el regalo mientras dormías.
  En ese instante, el tren descarriló en uno de los puentes por los que pasaba, precipitándose al lago que se encontraba debajo.
  En el ultimo instante nadie quedaba en el tren; solo él, y su suerte.



Sentados

Salí de mi trance en el colectivo, una mujer que había viajado todo el trayecto al lado mío me despejó al levantarse para darle el asiento a una mujer embarazada. al lado de ella habían dos ancianas y un hombre flaco y pequeño.
  Rápidamente me incorporé y le ofrecí mi asiento a una de las mujeres:
-Siéntese.
-No, gracias, quedate.
-No. Soy el que menos debería estar sentado.
-Todos no merecemos estar sentados, pero el colectivo es chico.

Ayer me partí las piernas frente al hospital de mi barrio.

 

Dos pies inmóviles

¿Me ayuda a levantar señor?
  Un hombre tirado, sin poder levantarse. Las personas en la estación de subte ignoraban su presencia. Pero más que eso, casi no lo veían, era apenas un vagabundo más o menos bien vestido.
¿Me ayuda a levantar señora?
  Hombres y mujeres corrían, los subtes llegaban y volvían a irse con una celeridad perturbadora. Miles de personas pasaban frente a el en tan solo diez minutos.
Hermano, ¿Querés ayudarme a poner de pie?
  El gentío se agolpaba en la puerta de los subtes, la que era empujada por los individuos que querían escapar de dentro, que se dirigían rápidamente a la salida, hacia la combinación con otro subte que los llevaría más lejos.
¿Alguien me da una mano?
  Alguien miró el reloj al pasar al lado suyo, otro le tiró una moneda. Alguien más apresuró el paso.
¿Nadie?


Aún sigue ahí, sentado, con las piernas débiles, contemplando la multitud.
  Que alguien lo vaya a levantar.

Alcira, la mujer liciada, y su hijo Joaquín.

Cada día, en la parada del amarillo, Escalada acumula sus sombras y las hace fundir en forma de mujer; Alcira. De ojos soñadores, algo asustados, pero unas piernas retorcidas como hiedra.
  Y allí va Joaquín, su sumiso, que la ayuda a subir la escalera, y preserva su orgullo dejándola sola después. Joaquín, que la ama y espanta sus fantasmas; que lleva un paraguas para los días de lluvia, y los de sol también.
  Alcira despide a su sumiso en la estación, y esta historia, tan repetida que podría hacer al cuento, novela y a la novela eterna.
  O hasta que en un descuido, Alcira termine bajo las ruedas del amarillo, o se haga ángel.

viernes, 17 de febrero de 2012

Claustrofobia de fantasma.

  Se que muchos de los lectores de este estudio no creen en los fantasmas; bueno, a ellos les voy a pedir muy amablemente que dejen este artículo: sería una perdida de tiempo para ellos leerlo con una negación constante en sus mentes, en vano.
  Bueno, aquí vengo a plantear un mal visto a los fantasmas en las diversas lecturas y películas sobre ellos. No, esos fantasmas no son reales, porque yo los estudié y los conozco bien.
  La diferencia primordial entre un fantasma y un ser humano viviente, es el simple hecho de la ausencia de materia por parte del fantasma, además de eso y otras diferencias menores (como la levitación a 1,2 cm del suelo, el fanatismo por el miedo y los monosilábicos "bu" del fantasma), ambos seres comparten una importante faceta: el miedo.
  Si, porque los fantasmas temen, y mucho. Pero no como los humanos, ellos no temen a la muerte; acostumbrados a la libertad de sus almas, son claustrofóbicos críticos.
   Los fantasmas no suelen atravesar paredes. Y no por una incapacidad (ya que no están hechos de materia), si no por este miedo al que me refería antes.
  Nosotros, seres materiales, no podemos saber lo que es la visión total del cemento, macizo. Ellos al atravesar paredes, en el momento en que sus caras se encuentran en el centro del muro, los invade un miedo mortal; la sola visión del componente del que está hecho el muro, de encontrarse atrapados en ese limbo material, de despertar una vieja sensación humana temiendo irritar los ojos llenándolos de polvo y arena, de que el mundo se reduzca a una visión de concreto por siempre.
  Por eso los fantasmas evitan las paredes; no soportan la invasión de todo su acotado espíritu, por lo que prefieren el espacio libre.
  Es por eso que vengo a llamar a la critica a intolerar las inverosímiles imitaciones de fantasmas que crean falsas verdades sobre la naturaleza de los mismos.
  Y que no sea tema de burla las sábanas sobre la cabeza.

De ródillas en la dócilga

Héridos cíviles,
no íntenten la nóbleza.

Pánacea azúlada,
mata la llóvizna,
cesa el ábismo.

Calámidad por el nacímiento
de la máscara,
de la carásombra.

Máltrecho,
feocámino,
óscuro cielo ilumínado,
álumno piromániaco.

Casívivo,
casímuerto.
destrózado
rompecabézado.

Alúnado,
por la no-encóntracion,
imperatívismo,
ser; besa.

Cádaglio árista,
Áris hóteles
Óh, prótHector,
de la dócilga.

jueves, 16 de febrero de 2012

Cánula de diamantes.

Hijo de próceres desconocidos,
ojos con alas, protector, puro,
que busca el pan en los sufrimientos,
en las caricias.

Tu mente como cánula de diamantes,
muchos se pudren en un tubo de ensayo.
El orificio crece mientras más estrellas puedas contar.

Ingenuo poema,
desbordado de un pensamiento que es cementerio.
Criatura de las preguntas;
no naciste siendo minera.

Duerme niño:
sueña nuevos cuentos,
pueblalo todo de diamantes,
donde la luz no pueda alcanzarlos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

De oferta.

  Andrés era amigo mío de toda la vida. Un día lo pasé a buscar por su casa para pasear por la ciudad.
  Cuando llegué a la casa se estaba bañando. Esperé en la cocina y mientras tanto su madre me daba charla:
-¿Cómo estás Guille? Hace mucho no pasas por acá.
  Le quise contestar que sí, que la gente tiene cosas que hacer, como trabajar, esudiar y dormir y que uno no puede vivir de vacaciones.
-Bien, ¿Usted?
-Bien.
  En el silencio estaba incómodo. Si bien no me gusta hablar demasiado, sentía la obligación de hacerlo.
-¿Está leyendo algo, señora?
  La madre de Andrés se quedó pensativa. No era una lectora aficionada, pero de vez en cuando si se "enganchaba" con un libro, lo leía.
-Hace poco terminé uno de Sábato y por ahora no tengo previsto ningún otro.
  Asentí. En ese momento llega Andrés, con el pelo hasta la cintura, mojándose la parte trasera de la remera que se acababa de poner.
-¿Vamos?

  Caminamos por el bulevar de una avenida poco recurrida. Nos dirigimos al centro.
   Ya entre la gente, pasamos cerca de una librería y nos entretuvimos mirando ofertas que habían en abundancia.
  Debajo de una pila de Best-Sellers, "El Libro de Arena" se escondía; parecía asqueado por lo que se veía rodeado, o quizás es porque odio los Best-Sellers, y ya estoy volviéndome un poco loco.
 Lo importante es que mi amigo llevo el libro, a pesar de que ambos lo teníamos. No pude más que preguntarle:
-Andrés, ¿Para qué lo llevás? Ya lo tenés.
- Lo se, pero no puedo dejarlo ahí; -sacudió la cabeza- da lástima verlo tan económico y solitario...
  ¿Andrés tendría mis mismos presentimientos?
  Seguimos caminando, mi amigo con su nuevo libro bajo su axila, hasta bien entrada la noche.
  Me acompaña hasta mi casa y nos quedamos chrlando un rato más.
-¿Mañana nos volvemos a encontrar? Aprovechemos el finde largo.
-Dale, esta vez paso yo por tu casa.

Al otro día sonó el timbre mucho antes de lo previsto, mientras recorría el jardín que separaba mi casa de la reja, pude ver una cara de desesperación en los ojos de Andrés.
  Mientras me acerco le voy preguntando:
-Andrés, ¿Qué pasó?
-No sabés Guille.-Su cabeza no dejaba de sacudirse de un lado al otro- Mamá leyó a Borges y salió volando por la ventana.

martes, 14 de febrero de 2012

(Shhh)

-¡Qué rica este agua!
-Si no tiene gusto a nada...
-Como el silencio.

jueves, 9 de febrero de 2012

El recinto perecedero.

  No debía entrar, pero yo estaba ahí, atrás de la biblioteca, espiando la reunión;
Era un salón grande, de paredes de cemento azulado, sin ventanas. El cielo raso era de una madera vieja, a poco tiempo de ceder. La mayoría de las paredes estaban ocupadas por estanterías que llegaban casi hasta el techo; no había escaleras visibles. En comparación al tamaño de la sala, la cantidad de personas que la ocupaban era reducida. Todos estaban desnudos, exhibiendo sus cuerpos anémicos, con sus costillas tan marcadas y una profunda curvatura hacia adentro en el vientre.
  Uno de los hombres habló:
-Parece que esta sala tenía un fin. Se me ocurrió verla como una sempiterna construcción.
-Pero ya ves, muchos se han sumergido en la locura.
   Por unos segundos solo fue silencio: todos se miraban los unos a los otros, como esperando que repentinamente saliera alguien más escondido por detrás de sus espaldas. Pero estaban solo ellos.
  Me removí inquieto y controlando la respiración, temí que en el silencio me descubriesen espiando.
-Yo no doy más.
  Uno de los participantes se dirigió con paso resuelto hacia la puerta, nadie intentó detenerlo.
-Vámonos.
  Uno a uno fueron atravesando la única puerta. El último no se atrevió a apagar las velas; prefirió esperara a que se consumiesen solas. Cruzó la puerta y con la llave en la mano, suspiró:
-Así que todo termina acá.-Y cerró.

  Salí de mi escondite alarmado, fui hasta la puerta e intenté abrirla, deseando haber soñando el sonido de la puerta al cerrarse. No se movió de su lugar.
  Volví al centro del recinto y empecé a observar cada detalle en busca de algo para poder forcejear la cerradura.
  Debajo de un escritorio de madera, con las aristas gastadas y cubierto de manchas de tinta, había otro de los famélicos seres, de espaldas a la puerta, pero tan delgado que se confundía con las tablas del escritorio.
  Alarmado, olvidé la puerta y corrí a auxiliar a ese ser, que parecía muerto.
  Ya a su lado, lo tomé por un hombro delicadamente por temor a que el mínimo roce lo deshiciese. El cuerpo no ofreció resistencia, pero al girarse la cabeza del ser, había un brillo de vida en sus ojos.
  El extraño, al verme, soltó una carcajada y exclamó:
-¡Hay más velas en la cajonera!
  Volvió a soltar otra carcajada que se transformó en una violenta tos. La tos se hizo cada vez más débil, y el hombre murió.
   Lo único que podía hacer era iluminar el lugar para mantenerme cuerdo; de todas maneras, viviría hasta que el hedor del cuerpo descompuesto me llene los pulmones.
  Abrí la cajonera del escritorio y contenía velas hasta el tope, pero no parecía haber ningún elemento para encender sus pabilos.
  Saqué unas cuantas mientras observaba las manchas de tinta sobre el escritorio: había algunas que realmente parecían haberse creado  junto al mueble. Me incorporé y empiecé a caminar hacia el centro de la sala.
  En ese instante se apagó la ultima vela.