martes, 30 de diciembre de 2014

Siesta

  Dormitaba- pero sin (en ningún momento) dormirse, con sus brazos rodeando sus rodillas, y a su vez, su cabeza reposando sobre éstas, con los parpados semiabiertos, semicerrados, pelo en la cara- en una caja.
  Unos pasos- de pies pesados, con garras que se escuchan al moverse, con plumas que tiemblan al desplazarse- se acercan a él.
-¿Qué haces- pregunta con un graznido, que intentaba ser leve, pero que a veces hiere igual, siendo más regaño que incertidumbre- en esa caja?
-Los gatos- dice, con voz tenue, el cuestionado, el felino, sin cambiar de expresión, igual de adormecido- preferimos las cajas para dormir.
  El hombre-cuervo- mitad conmovido, mitad enojado (pero falsamente, haciéndolo notar, sin que ello le moleste), colocando dos manos en sus rodillas para la acción, con un ligero esfuerzo de adormecido- se pone en cuclillas para mirarlo a los ojos.
-¿Y eso – interroga el plumífero, garrado, garrido, dudando, sin moverse casi (al igual que el otro, congelando la imagen por momentos)- por qué?

- Porque nosotros no necesitamos de una superficie cómoda para estarlo, y eso las cajas lo saben.

El hormiguero

Su mirada se perdía en el cielorraso corroído por la humedad de la casa, la humedad de Algunviento.
 Una pluma negra, como de cuervo se desprende de su áspera piel. La brisa decide llevársela volando hasta la boca de alguien en el suelo, alguien que prefiere el frío del suelo antes que el caluroso contacto de las sábanas.
-Te vas a desplumar entero antes que llegue el otoño.
El silencio le respondió. sabía que lo escuchaba y aún así, callaba.
-¿Sabés? Si esta misma pluma viene a mí en la calle, yo me la saco de encima y sigo caminando.- dejó un espacio de silencio para ver si el comentario generaba algún tipo de respuesta en el cuervo-humano.- Pero el que sea tuya cambia las cosas. Lo mismo pasa con los cigarrillos y los caramelos; son todos exactamente iguales: uno los puede perder y al comprar el siguiente paquete lo olvida.
 Un ventilador oscila en alguna otra pieza y la luz lentamente comienza a bajar, delatada por unos finos hilos de luz que entran por la ventana y comienzan a subir.
-En ese sentido compadezco a las hormigas; cualquiera de ellas es perfectamente reemplazable, cuando entran al hormiguero es imposible saber si vuelven a salir; no se las puede distinguir del resto ni ponerles correa para diferenciarlas...
 Su voz se trabó como queriendo seguir argumentando, pero las palabras ya se le habían agotado. Calló, agarró la pluma con dos dedos de su mano izquierda y comenzó a deslizarla suavemente por su propia boca. De repente, de la cama se escucha una voz:
-Hasta que encontrás a una que se llama Funes.
-Gracias.