-Es ahí donde diferimos, la caja de luces es un portal de ilusiones para mí, para vos ha de ser la forma en que te quedes ciego; de todos los colores elegiste el negro y el blanco, que ni siquiera lo son.
-La caja de luces es una adicción que da brincos en el tiempo; uno nunca sabe dónde te deja, pero uno empieza por el orgasmo y termina saliendo totalmente excitado.
-Es la razón, pero nuestros significados de vida difieren: no vaya a ser que tires los dados, saques siete y el brinco de justo en la muerte.
jueves, 23 de diciembre de 2010
domingo, 19 de diciembre de 2010
Trovato
Falsa religión
impune a dioses caprichosos.
Detrás de mi sonrisa,
están mis dientes
Unión patibular
Besos de escoria
Mientras la savia
brota de tu espalda
Observando la tempestad
Hace tiempo que incinere tus ojos
Luz blanca de auspicio
Ausencia de oscuridad
Te ausentas de la credulidad,
pero es tarde para desconfiar
Salinas de carne tuya
preservan mi traición eterna.
preservan mi traición eterna.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Franco
Me encuentro en un estado de trance producido por el silencio. Silencio, ¿Quién podría haberlo imaginado siquiera en tal lugar? Todo se mantiene en un profundo letargo, el edificio casi parece dormir. Entrecierro los ojos intentando recordar algo, no puedo ordenar mis ideas, el clima me adormece.
Las cortinas tapan el sol abrasador de la tarde, mientras la humedad va fundiendo la piel en agua, causando el típico calor de terma. Es inaguantable, gotas frías de sudor recorren mi costado y ya empiezan a asomar manchas debajo de mis axilas. Como el estallido de un despertador en nuestras cabezas, un ring nos despabila del entresueño general.
Fuera, los cuerpos parecían arrastrarse en un mar de cansancio y agua. Me dirigí lentamente a la salida.
“No se pudo hacer nada Facundito, sabés que quisimos hacer todo por la abuela, pero ya estaba muy enferma la pobre, quién sabe desde cuando se empezó a sentir mal, viste que ella nunca dice nada… Pero ya vas a ver que todo va a estar mejor, no te preocupes. Tenés que pensar que ahora la abuela va a estar en un mejor lugar, y todos vamos a estar mas tranquilos.”
Saludo sin pensarlo a la portera, la rutina me simplificaba ciertas cuestiones. Lentamente levanto la cabeza al cielo. “Hoy a la noche, llueve” Y Franco que no se guardaba nada, aún cuando sabía que nadie lo quería escuchar y que por qué sos así y que se yo y andá a cagar.
Busco refugio de la calle junto a un grupo que se dirigía en el mismo sentido al que debía ir, con el que, por suerte, no guardo relación. Camino detrás de ellos pensativamente, pensando cada paso que doy, si esta dado en la dirección correcta.
“No se pudo hacer nada Facundito, sabés que tu papá nunca te quiso, que la única que te quiere es tu mamá. Ese hombre no se merece a un hijo como vos, no lo necesitabas. Y se fue… Pero mirá, che, ahora ya no vas a recibir más golpes ni nada. Vas a estar mas tranqui, vas a ver que todo va a estar mejor, no te preocupes.”
Miro a ambos lados de la calle a pesar de que solo se puede circular en un sentido. Meto las manos en los bolsillos pero el tactar algo pegajoso me hizo retirar la mano. Tres caramelos derretidos por el sol se fundieron en mi bolsillo, insulto e intento limpiarme el caramelo que me había quedado en una mano con la otra. Lo único que consigo es ensuciarme las dos. Me arrepentí del momento en que acepte esos tres caramelos como cambio, y el momento en que me los metí en el bolsillo, y lo olvide allí, y el pantalón que tengo que usar una semana completa.
Una tenue brisa enfría el cuerpo que, casi al instante, vuelve a sumirse en el calor de Diciembre. Paso frente a un negocio y miro por mirar, me pregunto cuantos años tendrán esos juguetes de plástico a la venta, que ya no se deben fabricar.
Faltan dos cuadras para llegar a la parada del colectivo. Esa parada que esta allí desde antes que el mundo, y su gente que se apoya, que lo afloja, que lo mea. La parada rutinaria que tiene el sabor de la propia casa.
“No se pudo hacer nada facundito, sabés que intentamos salvarla, pero los incompetentes del hospital, que tardaron en llegar, y tu hermanita que se desangraba, que gritaba como los mil demonios, que aullaba pidiendo que le devuelvan el brazo, que era de ella. Pero que con lo tarde que llegó la ambulancia perdió mucha sangre y las transfusiones fueron inútiles. Pero vas a ver que te vas a poner mejor, ahora ella ya no va a llorar más por el brazo, va a ser un angelito manco que te va a mirar desde el cielo…”
Sigo mi camino recordando hacia dónde me dirijo. Comienza a tronar, el cielo descarga algunas gotas a tierra, pero no se transforma en llovizna. El clima se pone más frio, pero la humedad caliente revive el calor del sol. La parada estaba allí delante, como siempre, y un colectivo que se jactaba de haber pasado segundos antes de que llegara a la parada.
Para matar el tiempo miro al cielo. Descubro los matices grises de las nubes y me pregunto qué es un color. Descubro formas y escucho el ruido del viento que corre furioso sobre las copas de los árboles, corriendo hacia algún punto del planeta. Una figura amarilla se recorta al final de la calle, es otro colectivo. Levanto la mano, pero no se detiene, está fuera de línea. Me río de mi mala suerte, aunque el colectivo no se detenga, el reloj sigue girando sobre su eje.
La cantidad de gotas de lluvia comienza a aumentar y busco refugio bajo el techo de un kiosco. Me siento en el suelo cruzado de piernas y miro la calle.
Contemplo las gotas de lluvia como si fuese la primera vez, la vista se me desenfoca, pero claramente puedo ver las gotas de lluvia estrellarse contra el pavimento, estrellarse en una caída de kilómetros, para morir y dar a luz a miles de gotas que terminan uniéndose entre si en la vereda. Comienza a arreciar y yo como eclipsado, miro las gotas de lluvia, que no caen al azar, sino que caen creando formas indescriptibles, formando surcos y danzando en el viento, como el ruido de una tele sin señal, casi parece que hago que las nubes se descarguen, que corran a más velocidad, que la masacre se de pronto, que todo se precipite de una vez, pero que nada acabe.
Y ya no importan ni el colectivo, ni la abuela, ni que papá se fuera, ni mi hermana, ni los caramelos en el bolsillo, ni la humedad, ni el calor, ni el plástico viejo, y no se pudo hacer nada Facundito, sabes que no pudimos hacer nada, y dejá de mirar la calle, prestame atención que te estoy hablando.
Las gotas seguían danzando y la fuerza con la que se mutilaban contra el pavimento para destruirlo y el pavimento que no cedía, y cada vez la lluvia mas furiosa, que me salpica las zapatillas y el coro de la tormenta como un murmullo en mi cabeza, adormeciéndome, con un mensaje que no podía descifrar, pero que debía hacerlo, frases que albergaban la sabiduría del cielo y los mares, halladas en un murmullo.
Y ya no me preocupo del pantalón, de que sea lunes, de que me aborrezcan, de que mi papá me golpeara, golpeá, golpeá que no duele y Facundito, que no escucha a la madre que lo reta, dejá de mirar a la calle ¿Querés? Que no sacas nada mirando, que te ensuciás, que te mojás.
Pero ya nada importa, porque descubro la lluvia por vez primera, y ya nada importa, sólo quiero ver llover. La lluvia parece no ceder, va a llover toda la noche.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)