Destapo la gaseosa y la pajita se me ofrece voluntariosa
gracias a la ley de flotación de Arquímedes (qué manera de empezar un relato,
papá). Tomo, toso (el gas siempre me hace toser), sigo tomando, enciendo un
cigarrillo con dificultad; con una misma mano sostengo la botella y el
cigarrillo con la otra el encendedor. La botella se me escapa, arqueo la
espalda para sostenerla con la pelvis. Acciono el encendedor y el tabaco
enciende al tercer intento (la brisa no siempre es agradable), pero la botella
se me cae, la levanto.
Doy una pitada. Otra.
Vuelvo a destapar la gaseosa y para
eso me pongo el cigarrillo en la boca (humo en los ojos), se me vuelve a
ofrecer la pajita (¿Arquímedes era?). La sostengo con un dedo contra la boca de
la botella y me saco el cigarrillo de la boca (mía). Sorbo con un gesto algo
desagradable: el gusto a cigarrillo se mezcla con la bebida. La tapo, más humo
en los ojos, pero ya está.
Miro a un lado y al otro en busca
del origen de una risa (¿se mofarán de mí?). No entendí de qué hablaban, seguro
no de mí. Creo.
Aparece mi novia, la beso (o ella
me besa a mí, también es válido): "Qué olor a cigarrillo...",
"¿Querés pomelo?", "No gracias".
Empezamos a caminar, tiro el pucho
adelante para pisarlo, el viento me gambetea, me paro, vuelvo para pisarlo, la
chica no me espera, troto, la alcanzo.
-¿A dónde vamos?
-Hoy estoy medio cansado...