Una pierna sobre el suelo del coche y la otra sostenida por la rodilla contra el asiento delantero. El hombre dormitaba en espera de la siguiente canción. Nevermind; se acabó el sueño. Se incorporó en el asiento y apoyó la frente sobre la ventanilla formando marcas de aliento sobre el helado vidrio, que desaparecían para dejar lugar a una nueva marca. Las manos unidas en un intento de atrapar el poco calor sobre el frío reinante dentro del auto.
Allí fuera, vacas silenciosas observaban la ruta mientras pastaban, y ella le devolvía la mirada ciega de la humanidad. Árboles secos añoraban calores que tardarían en venir y una continua valla que nunca moría.
El cielo nublado ya no soportaba su inmensa blancura y rompió a llover. Las gotas estallaban sobre la ventana del coche, y sus cuerpos caían lentamente perdiéndose en la ruta.
En tan solo segundos, el paisaje dejó de ser lo que era y se transformó; la lluvia cambió el agua por ácido. Que aunque al coche parecía no dañarlo, el pavimento de la ruta comenzó a deshacerse y a huir hacia las profundidades.
De pronto el automóvil se encontraba sobre un camino de estéril tierra. Las vacas comenzaron a mugir frenéticamente, se impulsaron con sus patas delanteras y se irguieron sostenidas por las traseras. La eternidad del momento fue rota por las patas de las vacas que se vencieron y quebraron produciendo que la sangre de sus cuerpos fluyera regando el pasto verde, que se iba tiñendo de rojo y perdía el verde para ser un amarillo opaco. Todo era amarillo y rojo. Hasta el cielo fue teñido por la sangre que no dejaba de salir, en una hemorragia incesante.
Los árboles temblaban, como si los recorrieran espasmos de vida. Poco a poco, comenzaron a caer como cortados por un hacha invisible.
Asustado pero seguro en su fortaleza de metal, el hombre quitó su mirada del vidrio y la dirigió al conductor:
- Mire allí fuera. Esta muriendo todo.
El conductor se volvió para mirarlo, sus ojos estaban hinchados y no paraban de correrle lagrimas de los ojos, de su rostro se escapaba un brillo de locura. Su voz era neutra y tenía un tono andrógino:
- Llegará el tiempo en que la lluvia lave la sangre de la tierra y ahogue a las vacas ansiosas de morir.
- ¿Volverán los árboles a crecer?
El conductor sonrió en una expresión enferma que se borro con una mueca de dolor.
Una pequeña risa deformó su rostro, en una voz seria lo alertó:
- No deberías tomarte descansos si conduces.
Sin darse vuelta y sin perder su expresión, bruscamente hizo sonar la bocina sobre el volante.
El hombre comienza a nadar en un mar de aire y cristales, para estrellarse contra el pavimento.