lunes, 26 de septiembre de 2011

Una mujer.


  La casa está poblada por una pálida luz que languidece a medida que la noche comienza a nacer. Una mujer recostada fuma un cigarrillo que empieza a consumirse.
  A parte de ella, la casa está reducida al aire de miles de inviernos. El brillo del tabaco toma un color intenso, y luego desaparece por completo
  
  Desde el sillón donde se encuentra puede vislumbrar su figura en el espejo; una figura desaliñada, con cicatrices en las manos y heridas recientes en piernas y brazos. La mujer parece entristecerse con  esas heridas, algunas superficiales como árbol tallado a mano y otras profundas pero violentamente provocadas.
  La mano de la mujer, con el filtro del cigarrillo aún en la mano, se acaricia cada una de las heridas en forma de linea que circundan su brazo derecho, como recordando el momento en que se la hizo.
  Su mirada en el espejo se pierde mirando el rimel corrido de sus ojos, y su compasiva contemplación de ella misma.
  Un gato (supongamos que es el suyo), se cruza por delante de ella, pero no tiene ningún tipo de reacción. Está como en un débil equilibrio, taciturna, sin vida.
  La mujer no se molesta en encender la luz, cada vez la habitación esta más oscura. 
  Las persianas completamente bajas no nos dejan ver mas que la completa negrura de la casa.
  Por ello no logramos ver que sucede a continuación pero, casi seguro, que era una mujer torturada o esclavizada,
casi siempre es eso lo que pasa en estos días en que una mujer es golpeada y se transforma en objeto de prensa pero, ellas nunca ruedan por las escaleras.

Nunca.

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