El sonido de una alarma lo despierta. De un sueño que parecía querer aferrarse de sus parpados que se contraían, gesto de irritación por el timbre agudo.
Apaga la alarma y se incorpora en la cama. La mañana de los sábados le gustaría vivirla como las demás personas, que trabajan solo cinco días a la semana. Sábanas sobre el suelo y la funda que se había separado del colchón, otro gesto de la cruel vigilia de la noche anterior.
Da unos pasos y recoge su ropa: se lava, se cambia y sale del departamento cerrando con llave detrás de sí.
Baja por las escaleras, vive en un segundo piso pero nunca le agradaron los ascensores.
Ya en el primer piso, cuando iba a bajar por las escaleras, se encontró con una niña jugando en el primer escalón.
- ¿Cuánto tiempo más vas a estar, niña, perdiendo antes de ayudar a tu madre?- Le dijo en tono burlón . Adoraba hacerle esa broma, porque sabía que le hacía enojar.
El muchacho la mira con seriedad burlona, parándose de pies juntos y con los puños en sus caderas.
-No me molestes Lewis, no me llamo niña. Ya te dije, mi nombre es Allison. A-L-L-I-S-O-N.- La niña se veía enojada, pero a ella también le gustaba ese juego de la pelea.- Mamá está durmiendo todavía y estaba aburrida ¿Venís mas tarde?- La voz de Allison había pasado de enojo a plegaria.
- Por supuesto, como todas las tardes.
Lewis sigue camino dando saltitos en los escalones bajando de a dos peldaños.
En el porche del edificio se encuentra con el anciano señor Luca. Como era típico a esa hora en la mañana y en todas las horas, el señor Luca barría la entrada del edificio de las hojas que caían continuamente de los arboles de la manzana, costumbre que desquiciaba al muchacho.
-Buenos días mi fiel portero.- Le dijo el recién llegado con alegría.
-Buenos días Lewis. Cuando vuelvas de la fábrica podés pasar a buscar tu ropa. Tu mamá la dejo aquí hoy a las nueve.- El señor Luca muy pocas veces mostraba expresivo su rostro. Y esta vez no era excepción.
-Pasaré cuando vuelva, adiós.
* * *
Una alarma feroz lo despierta a las diez de la mañana del domingo. Agradecido por su fin de semana, apaga la alarma, estira sus brazos bajo su almohada y apoya suavemente su cabeza. Pero no puede volver a dormirse, la costumbre me está matando, se dice.
Los domingos tenia la costumbre de tomar desayuno en un café que frecuentaba varias veces a la semana. “Ése en el que toca blues un pelado, blues de Monk”. Nunca iba a recordar el nombre del bar. Algo italiano era, piensa.
Abre la puerta de su apartamento y, como siempre que volvía en poco tiempo, la dejo cerrada pero sin echar llave.
Baja por las escaleras hasta la planta baja. Cuando esta bajando el último escalón, una niña le grita desde el primer piso:
-Lewis, Lewis, por primera vez haré algo bien para mamá.- La niña estaba muy excitada y alegre.
-¿Qué harás de importante?
-Voy a hacer los mandados por ella.-El tono de la respuesta que dio Allison fue como la de un niño que encuentra un tesoro.
-¡Muy bien! Al fin ayudás a tu mamá.-La felicidad de la niña lo contagiaba.- Voy a desayunar y después me contás como te fue ¿Está bien?
-¡Sí!
Allison corrió hasta su departamento y cerró dando un portazo de ala emoción.
Con una sonrisa, Lewis sale del edificio y encuentra al portero barriendo las hojas de la entrada.
-Buenos días señor Luca.
-Buenos días.
El señor Luca no se molesta en voltearse, pero eso no tura la felicidad del inquilino.
Mientras se dirige hacia el café que está a media cuadra de la calle que sigue, voltea varias veces para ver el portero. Siempre le pareció raro que barriera a todas horas. Sin importar el clima, Luca barría las hojas que terminaban en un pilón. Pero a los pocos minutos caían más; la manzana estaba llena de arboles frondosos. Y un anciano portero no iba a impedir que éstas se posen sobre la entrada de un edificio en otoño.
Era algo que le costaba comprender, la testarudez de querer despejar de la hojarasca una y otra vez a todas horas era algo que, si bien le molestaba, al señor Luca no parecía importarle.
Cuando llega a la esquina, dobla hacia la derecha y sigue caminando. Por aquella zona no se veían muchas personas a las 10.30 de la mañana.
Llegó al café y se sentó en una mesa que estaba contra una ventana. Un mozo aburrido por la falta de cliente, se acerca amigable a entregarle una carta con las bebidas disponibles en ese horario.
-Un jugo de naranja y tostados por favor.
Los mejores de Sudamérica, piensa. El mozo asiente con la cabeza y se aleja.
Mientras espera el desayuno, se entretiene abriendo un sobre de azúcar y pasándole el dedo húmedo para chuparlo.
Mientras saboreaba el azúcar, se dedica a mirar por la ventana como un acto reflejo. Autos estacionados sin nadie dentro. Una señora que se dirige con su bolsa a hacer las compras y una pareja que aprovecha la soledad de las calles para abrazarse.
-Su desayuno señor.
Lewis vuelve la vista y se sonroja al ver al mozo con la bandeja que lo observa mientras él se saca el dedo de la boca que se había estado chupando y le da espacio para colocar el desayuno.
-Perdón.
-No es nada.- El mozo sonríe y se va.
Ataca directamente a los tostados que humean en el plato. El hambre pudo más que la inteligencia, piensa mientras trata de sacarse con el dedo índice un pedazo d queso que hervía en su paladar. Rápidamente toma la pajita del jugo de naranja.
Agarra una servilleta y se limpia las manos. Vuelve a intentar comer el tostado, per o soplando antes de masticarlo.
Cuando termina el desayuno, pide la cuenta y paga. Se levanta de su mesa y camina hacia las puertas de vidrio. Saluda, pero sin recibir respuesta, eso siempre lo turbaba.
Deshace el camino que hizo a la mañana, pero al doblar la esquina se encuentra con un panorama extraño. Dos patrulleros y una ambulancia se encontraban frente a su departamento.
Curioso, cruza la vereda y se acerca hacia la entrada donde estaban el señor Luca con una escoba en la mano y la madre de Allison de rodillas en el suelo tapándose la cara. Luca tiene una expresión triste, pero la mujer lloraba desconsoladamente. Preocupado, Lewis camina más rápidamente y dirigiéndose hacia Luca, dudando de que la madre pueda responder, pregunta:
-¿Qué ocurrió?
Incomodo y sin ánimos de responder, el portero dijo;
-Acaban de atropellar a la hija de Michelle.
Desesperado, Lewis increpa a la mujer:
-¿Allison?¿Cómo fue?¿Está bien?- El pánico le estaba ahogando el corazón.
-Allí fue a comprar por primera vez, cuando un asesino la atropelló y ella… murió.
Lewis se incorpora y se dirige a su habitación. Sin recordar como llegó allí, frente a la puerta de su dormitorio abre la puerta y sin molestarse en cerrarla se tira sobre la cama. El saber que había muerto haciendo las compras, ayudando a su madre como él le había recomendado, le daba un poderoso cargo de conciencia.
Se despierta bruscamente con el sonido de una bocina. El recordar el por qué se había quedado dormido le llena los ojos de lágrimas.
Va al baño y se lava la cara, se limpia las lagañas y se seca con una toalla. Vuelve al dormitorio y levanta las persianas. El viento otoñal lo refresca y le devuelve algo del color a su cara.
El edificio va a estar muy silencioso desde ahora, piensa con melancolía. Algunas cosas no deberían cambiar nunca.
Desde la ventana, podía ver al señor Luca en la entrada del edificio barriendo las hojas, lo que por primera vez lo hizo feliz.
Agradecimientos por la corrección ortografica de un payaso.
Agradecimientos por la corrección ortografica de un payaso.
Ortográfica Funes.
ResponderEliminarLástima lo de Allison, me gustaba su simpatía. Ya te dije lo del final, me causo un vacío la parte en la que mamá llora.
En la que parte que Lewis se chupa el dedo con la azúcar, me dieron ganas de hacerlo a mi también.
Me gustó mucho.
Besos
Lo siento por contestar tan tarde, pero es que no estuve mucho por estos lugares...
ResponderEliminarPues no sé, popularidad no tengo xD Pero me paseo mucho por los blogs de los demás, siempre encuentro algo que me gusta.
¡Un saludo y cuidate!