Me cuesta contemplar lo que está a mi alrededor. La repentina noche que cae sobre mí me deja cegado por unos instantes. El suelo está duro y helado, y el frío me hace doler los ojos.
Puedo respirar; sí, me quiero concentrar sólo en eso.
Tan blanca, pura, unas piernas largas y suaves. Un rostro que observa escondido, eso es ella. Su pasión, su falta de vergüenza, sus caprichos, un brillo de insensatez. No sé que es lo que me enloquece, pero pierdo la cordura. Unos ojos grandes...
"¡No...!" Pienso, y me golpeo una pierna con el puño cerrado, "no vale la pena". El recuerdo me hace doler el estómago. Me abrazo el torso y me acomodo en el cordón de la vereda. Un vapor blanco se deja entrever por la luz de la luna. La miro, miro mi aliento ascender y luego desaparecer en el aire.
Intentando parecer distraído, acurrucado como un niño por dentro.
Su sonrisa tan cerca mío, esperando mi reacción, y sus ojos blandos incitándome a perder el control. No puedo evitar besarla y dejar que nada exista, tan solo un par de labios en el cosmos.
Me golpeo la cabeza con las dos manos; "No, no, no, no... Esto está mal, para que recordarla..."
Y sí, para qué recordar, si la simple acción desencadena una y mil veces ese momento en mi cabeza, un momento que querría volver a intentar, anularlo, pero solo puedo pretender olvidarlo. "Imposible".
Estoy sentado, ella de pie cerca mío. La imagen está congelada en mi mente; le pregunté si ella me quería como yo a ella. Ella va a decir que no. Como en un cuadro, donde se anticipa el hecho inminente, hay pena en su mirada, lástima por lo que tendrá que decir.
Sus ojos me lo dicen, no necesito escucharla hablar, pero aún así, la dejo:
-No quiero estar con nadie en este momento.
Cada vez es tan real...
Sentado a la vereda de su puerta, solo puedo pensar en lo inocente que fui en creerme en una historia de Hollywood, que pudrió mi cerebro y me volvió un demente; un demente que no ve y juega su ultima mano de póker con los ojos cerrados.
-¿Sebas?
Parada en la puerta, la luz de la entrada la ilumina, y es un hada. Me volteo y le sonrío.
-¿Qué haces todavía ahí? Perdoname, no se qué me pasó. Entrá.
Quizás no es tan malo soñar de vez en cuando, quizás mi triste destino me haga un regalo. Sí, quizás estaba confundida, y ahora es mía, mi primer amor. El primer designio que me volvió humano, e hizo que el ser hombre sea una bendición, poder amar a una mujer más que al sol, me acerco a la puerta y ella me muestra una de sus sonrisas radiantes.
Un escalofrío recorre mi cuerpo.
Estaba sólo en alguna esquina de mi barrio.
Como siempre, muy bueno.
ResponderEliminarTopicazo: el tiempo todo lo borra.
Y UNA MIERDA¡¡¡
Pero si rebaja.
Un saludo.
La locura es sin cura y tu mujer lo sabe.
ResponderEliminarAbrazos.