Pido perdón, ante todo, por esta terrible pérdida de tiempo. Usted quizás ni siquiera se lo plantee, lo estime, lo vea necesario.
Tampoco me tema, nuestra raza no es tan hostil como se hace ver en leyendas, simplemente tenemos hambre. Pero en mi caso hay otra cosa que me incomoda,que me deja inquieto. Cada vez que voy a buscar una víctima a su hogar, y después de vaciarla por completo, suelo encontrarme frente a un espejo. ¡Criaturas ególatras! sus cadáveres sangrantes lucen perfectos en el reflejo del aluminio, mientras que yo, aún sosteniendo sus cuerpos, veo sus figuras suspendidas.
¡Nunca podré conocer algo tan simple y cercano como yo mismo! Recuerdo a mi padre, a mi madre, y reconstruyo mi imagen a través de ellos. Paso horas tocándome el rostro, preguntando por los detalles en mi piel, buscando alguna sombra en el reflejo de mi copa.
Una de mis últimas vícitimas fue una niña pecosa... ¿Tendré pecas? Su mirada de narcótica muerte me embelesó.
Al instante me produjo ira; comencé a rasgar la delicada imagen, el pecoso rostro refractario que no tardó en descascararse dejando florecer la sangre de sus pómulos.
Un charco de sangre inundó el suelo; persiana baja, encendí las luces. En el rojo fluido vi el reflejo de un ventilador de techo, un avión de papel y las mohosas paredes del rincón. Me acerqué hasta que mi nariz casi rozó el líquido, cada vez más opaco que empezaba a coagularse. Sólo se que mis ojos se vuelven más oscuros cuando lloro, o al menos eso dicen de mí.
A veces siento el impulso de desollarme el rostro, pero al instante caigo en que solo podría ver una capa deformada de lo que ya no sería.
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