martes, 30 de diciembre de 2014

Siesta

  Dormitaba- pero sin (en ningún momento) dormirse, con sus brazos rodeando sus rodillas, y a su vez, su cabeza reposando sobre éstas, con los parpados semiabiertos, semicerrados, pelo en la cara- en una caja.
  Unos pasos- de pies pesados, con garras que se escuchan al moverse, con plumas que tiemblan al desplazarse- se acercan a él.
-¿Qué haces- pregunta con un graznido, que intentaba ser leve, pero que a veces hiere igual, siendo más regaño que incertidumbre- en esa caja?
-Los gatos- dice, con voz tenue, el cuestionado, el felino, sin cambiar de expresión, igual de adormecido- preferimos las cajas para dormir.
  El hombre-cuervo- mitad conmovido, mitad enojado (pero falsamente, haciéndolo notar, sin que ello le moleste), colocando dos manos en sus rodillas para la acción, con un ligero esfuerzo de adormecido- se pone en cuclillas para mirarlo a los ojos.
-¿Y eso – interroga el plumífero, garrado, garrido, dudando, sin moverse casi (al igual que el otro, congelando la imagen por momentos)- por qué?

- Porque nosotros no necesitamos de una superficie cómoda para estarlo, y eso las cajas lo saben.

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