viernes, 14 de agosto de 2015

René (entre entes) en el tren

"Sí, son unos psicópatas, pero tal vez 
yo también quiera adherirme al gremio."
Frederic Lungwitz - Lo insoportable de ser

  El subte te da la cálida bienvenida de cientos de personas apretadas, ajustadas bajo presión a un micro-hábitat pseudoasiático.

  Subí ayudado, y perjudicado, por el empuje de alguien más (¿Habrá algún gerundio para ésta dicotomía?) quedando contra la pared del fondo forrada de cuerpos humanos.
  Recorriendo estos pensamientos, sentí la presencia de alguien atrás, que se removía acomodando sus posesiones; este removerse provocaba un roce homogéneo y constante con mi cola.
  Luego un cosquilleo (¿Tanto demoraba la cosa?). El subte había arrancado hace rato, aunque eso creo ahora, porque estaba ocupado en darme cuenta de que no era un toque accidental. La mano se movía más y más y cada vez más abierta y cada vez más dedos; no era una mano, eran dos.
  Ante mi pasividad una de las manos intentó bajar (espero levemente) mi pantalón, demasiado ajustado para eso. Desistió rápidamente y, buscando otra alternativa de avance, comienzó a subir bajo mi ropa, acariciando mi costado desnudo para ella, oculto para el resto.
  Esta sensación nueva, genuina, despierta mis extremidades dormidas, cuyas manos repelen a las otras dos, alejándolas de mi cuerpo.
  Una de esas manos intenta tomar la mía hasta que descubre mis intenciones; movido por un impulso humano, atravieso un cúmulo de personas y me resguardo. A salvo, los miro en un silencioso asombro de sus disociaciones de cara de subte y manos de hotel.
  Bajo del subte; ellos bajan.
  Temo (¿o deseo?) una persecución: no sucede.

  Ya fuera de la estación, sigo sintiendo el contacto físico de esas manos grandes y curtidas.
  A veces me pregunto por qué no me dejé tocar un poco más... 

  Supongo que bajo el nuevo dogma no estaría bien visto.


miércoles, 29 de julio de 2015

Un parto indeseado

  Una madre estaba por dar a luz; hasta ese momento, nada había cambiado. Pero cuando la partera logró sacar al bebé, notó algo que, en otras circunstancias, habría sido totalmente normal.
  Inmediatamente la partera alegó que el bebé debía ser colocado en una incubadora por una complicación en el parto; ni siquiera dio tiempo a su madre para verlo.
  Dejó al niño (o niña) en una sala de emergencias post-parto y se fue a buscar a su superior. Inmediatamente lo llevó a la sala y le dio un informe detallad: presión normal, respiración constante, pero una pequeña anormalidad: el niño había nacido con ropa interior (aparentemente blanca) teñida con la sangre de su propia madre. El hecho inexplicado fue llevado al circulo superior del hospital.
  Sin dejarlo trascender más, se le ordenó a la partera anunciar a la madre que su hijo no sería devuelto hasta no superarse cierta anomalía.
  Los médicos dejaron sus tareas y comenzaron a elaborar hipótesis para el caso; la consumición accidental de algodón, uso de condones de tela, una operación y la caída del paño para secar la frente del cirujano, supositorios de hilo, etc.
  Nada llevaba a una solución clara. Resolvieron investigar directamente al niño. ¿Y si quitarle el calzoncillo le provocara la muerte? Un acostumbramiento tal (desde siempre) a un objeto podría causar una desestabilización, ¿y si no hallaban causa alguna? ¿Sería un misterio adjudicable a Dios (¿Qué clase de milagro era ése?) o se descubriría la farsa? Un caso difícil de develar y que probablemente no volvería a ocurrir.
  A la mañana siguiente inventaron un diagnóstico a la madre y le devolvieron el niño sin su ropa interior. la ropa fue quemada y tirada en un contenedor común.
  Este niño nunca existió, pero estoy seguro que ningún médico daría a conocer un suceso que pusiera en riesgo su oficio, su estabilidad mental y las leyes que ordenan el mundo.

Capricho

Quisiera hoy
en este momento
escribir un poema
que lo lleve al llanto.

Y entonces invento
un hombre que muere joven
sin conocer el mar
y entonces creo
una niña sin padres
que no la mandaban
a dormir temprano.

Pero busque, señor lector
que estas cosas no se lloran en los libros
sino en la calle
o en el patio de su casa
mientras riega un clavel
que le da pena
pero usted llora por la niña y el clavel es la niña
aunque las plantas nunca hayan tenido padres
usted ríe
como un tonto
por la ocurrencia
y alimenta su perro
que morirá joven
y nunca lo llevó a San Clemente
porque en el coche se ponía inquieto.

Quizás ahora piense
que el clavel
quiso dormir temprano
y el perro ver el mar
pero es usted el que extraña los veranos en San Clemente
sin perros y sin claveles
donde en las noches
excitado
dormía solo si se lo ordenaban
y el llanto
tan lejano ahora
con un recuerdo que no es suyo
se lo haré llegar
atragantándolo con pan.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Madres privadas

madres mancas por celular
a sus hijos dan abrazos de una sola mano
quedan tuertos de sentimientos
sus dedos se queman
con el acero
de una olla ciega de compasión

madres invidentes
por teléfonos cereblares
tienen que tocar a sus hijos
pero siempre se olvidan
y sus hijos solo aprenden
a mirar con los genitales

madres mudas de cuentos
dan las buenas noches
oscurecen cuartos de niños despiertos
que ya no pueden pesadillar
sueños castrados
y camas secas

madres rengas de avioncitos
madres afónicas de Mambrú
madres paralíticas de mancha
madres mancas por celular
sin upa, sin hamaca

lunes, 23 de marzo de 2015

Escalada en Escalada

Pasaste por Pavón, y no viste ni a los viejos arrancando los jardines de los cordones de la vereda.

Subida al colectivo no miraste a los pibes de la plaza volando boca abajo en sus bicicletas de enanos.

Justo te llegaba un Whatsapp y no viste la fábrica con sus faroles de ladrillos desnudos, paradigma tercermundista que no daña.

Se quedó el cincuenta y uno a medio camino y no te quedó otra que ver un cielo abierto de edificios extinguidos. Y ya no te volvés más, porque entre cielos deshabitados y viejos mañosos, Escalada es patrimonio internacional del silencio.

Te llega otro mensaje, y no viste ése farol que alumbra poco y llora en exceso a los empleados que salen a trabajar en mameluco.

viernes, 23 de enero de 2015

Haciendo tiempo

  Destapo la gaseosa y la pajita se me ofrece voluntariosa gracias a la ley de flotación de Arquímedes (qué manera de empezar un relato, papá). Tomo, toso (el gas siempre me hace toser), sigo tomando, enciendo un cigarrillo con dificultad; con una misma mano sostengo la botella y el cigarrillo con la otra el encendedor. La botella se me escapa, arqueo la espalda para sostenerla con la pelvis. Acciono el encendedor y el tabaco enciende al tercer intento (la brisa no siempre es agradable), pero la botella se me cae, la levanto.
  Doy una pitada. Otra.
  Vuelvo a destapar la gaseosa y para eso me pongo el cigarrillo en la boca (humo en los ojos), se me vuelve a ofrecer la pajita (¿Arquímedes era?). La sostengo con un dedo contra la boca de la botella y me saco el cigarrillo de la boca (mía). Sorbo con un gesto algo desagradable: el gusto a cigarrillo se mezcla con la bebida. La tapo, más humo en los ojos, pero ya está.
  Miro a un lado y al otro en busca del origen de una risa (¿se mofarán de mí?). No entendí de qué hablaban, seguro no de mí. Creo.
  Aparece mi novia, la beso (o ella me besa a mí, también es válido): "Qué olor a cigarrillo...", "¿Querés pomelo?", "No gracias".
  Empezamos a caminar, tiro el pucho adelante para pisarlo, el viento me gambetea, me paro, vuelvo para pisarlo, la chica no me espera, troto, la alcanzo.

-¿A dónde vamos?
-Hoy estoy medio cansado...