Arrastrándome por las escaleras,
miles de máscaras adheridas a la piel,
cantaban,
¡Ah el perfume de la muerte!
nadie escapó vivo,
lentamente como un vudú,
acuchilé a cada persona del lugar,
y la sangre que se coagulaba sobre sus efímeros rostros...
que dicha, ver la piel del cuello como queriendo abrazar al mundo,
y el vómito repentino de la sangre,
¡Que sed!
el hambre solo saciado por el hambre.
El cuchillo sigue afilado,
como mis ansias de asesinar.
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