Caminaba lentamente por la triste calle de Lanús. Siempre le parecía triste la calle los días nublados, porque emitía una luz demasiado blanca, demasiado fúnebre.
Los pasos de Océano resonaban en los charcos de agua que, distraída en sus descripciones de paisajes de trenes, pisaba con toda seguridad. Sus manos protegidas en los bolsillos de su abrigo se cerraban con fuerza intentando proteger el poco calor que el día le dejaba.
Al llegar frente a una escalera con una puerta de barrotes de hierro en el frente, se detuvo y tocó timbre. Rápidamente volvió a introducir las manos en sus bolsillos mientras dirigía su mirada atenta hacia una ventana que daba al frente de la casa. Una cabeza se asoma a través de ella y le hizo gestos para que espere.
Océano se arremangó su abrigo apenas lo suficiente como para poder vislumbrar la hora. Llegaba tarde, algo que se había convertido en ritual con el paso de los años.
En un corto lapso de tiempo que bastó para que a Océano se le entumecieran los dedos de los pies, un joven de estatura regular, rostro común y ropas de mucho uso, bajo de dos en dos las escaleras que conducían al frente de la casa -por encontrarse esta en un primer piso- y, mientras exhibía una sonrisa que esperaba compensar la espera, abría la puerta con una llave que traía en su bolsillo.
Océano fue la primera en hablar:
-Disculpá la tardanza, esta mañana no me podía levantar.
-No te disculpes. Cuando quiero que vengas por acá, siempre te reservo un margen de tiempo. –Bromeó- Fuera de bromas, no hacía nada importante.
Océano asintió, atravesó la reja ya abierta y comenzó a subir los peldaños hacia la casa.
-Mañana es mi gran día.
-Así parece, ¿Estás emocionada?
-Mucho. Es el día más importante de mi vida; voy a demostrar frente a cien, capaz doscientas personas de lo que soy capaz.
A esta altura de la conversación, ambos ya habían cruzado la puerta principal y comenzaban a quitarse sus abrigos para colgarlos en el perchero de la entrada de la casa.
Océano se dirigió a una estufa a pocos metros de la entrada. Acercó sus manos a la parte superior y siguió hablando:
-Sabés que amo la danza más que nada. Y que tanta gente pueda verme bailar… Estuve entrenando mucho en mi casa para que los pasos salgan perfectos, me tengo mucha fe.
-Se ve. Y yo voy a estar ahí para verlo ¿Querés tomar algo?
-No, gracias. Acabo de comer en mi casa.
Como una experta en la geografía de la casa de su amigo, Océano caminó decididamente hacia una puerta corrediza situada en una de las paredes de la sala de la casa.
Una vez dentro, el muchacho cerró la puerta detrás de sí y se sentó en uno de los sillones que se encontraban contra la pared de la habitación y colocó su pierna derecha en forma perpendicular sobre su rodilla izquierda; un piano vertical de madera oscura abierto y con partituras tanto en el atril como en la parte superior, una computadora en un mueble con el mismo color que el piano repleto de CDs de música y un sofá-cama completaban la fachada de la habitación.
Océano puso un pie sobre e sofá-cama, dio un ágil giro sobre él y quedo frente al anfitrión cruzada de piernas.
-En estos días tendría que haber comenzado a estudiar para los exámenes de la próxima semana, pero siempre me gana la vagancia. Nunca puedo comenzar ¿Vos cómo vas con eso?
Reposando las manos en los brazos del sillón y mirándola divertido, El muchacho respondió:
-Sabés como me llevo con eso. Me causa gracia la pregunta. De todas maneras, vengo salvándome con la mayoría de las materias, el que está realmente en problemas es Sean- en este punto la mirada se le perdió en una esquina de la habitación.- esta faltando demasiado a clases por una complicación que le surgió en el brazo.
Océano volvió a dirigir la vista hacia su interlocutor con una mirada cansada. Suspiró.
-Esta mañana Maribel me contó la historia de Sean. Al parecer, de niño su madre lo llevaba consigo al trabajo, y en una de sus corridas por los pasillos de la biblioteca, chocó con una de éstas, la que se le cayó sobre su brazo derecho.
Al decir estas palabras Océano se agarró su brazo como temiendo que de un momento a otro se le desprendiera por arte de magia. Acto seguido descruzó las piernas y acurrucándose, las abrazó con sus dos brazos asomando apenas su cabeza por entre las rodillas.
-Él desde pequeño tocaba el piano como vos ¿Te acordás, Benja? -dijo señalando pensativamente el piano que estaba a unos metros de ella.- Y perdió el brazo de esa manera tan repentina. Se lo tuvieron que cortar, perdió mucha sangre.
Benjamín alcanzó una caja de cigarrillos que se hallaba sobre las teclas del piano. Sacando un encendedor que tenia en el bolsillo, prendió un cigarrillo. Al ver expresión de Océano al encenderlo, se levantó de su asiento y abrió la ventana para dejar escapar el humo del cigarrillo. Dio una pitada y exhaló el humo hacia las frías calles. Luego se volvió a la chica que se encontraba a sus espaldas.
-Lo sabía, si, pero Sean nunca quiso que se supiese. Nunca le gusto ir dando lástima entre la gente. Además, todo lo que le pasó no le hizo desistir ni por un momento de lo que el ama, que es la música. Luego de salir del hospital,-tosió- con su mano sana, siguió perfeccionándose con un profesor particular y por sus propios medios.
-¡Qué trágica es la vida a veces!- Océano se abrazó con mayor intensidad las piernas- ¡Qué fuerza!
Benjamín volvió a darle una pitada a su cigarrillo, pero al ver que el humo seguía fastidiando a la chica, optó por arrojarlo a la calle y fumar más tarde.
Apoyándose en el ventanal, se irguió y giró. Con Océano ahora delante de él, se cruzó de brazos y la miró en una mezcla de compasión y ternura.
-¿Qué miras?- La expresión de Océano ahora parecía divertida.
-Nada, tu compasión es abrumadora a veces.- Sonrió y volvió a aclarar.- A veces.
La chica deshizo el lazo que había formado con sus brazos y, apoyándose en sus extremidades se acomodó en el sofá. Levantó la cabeza y apiló sus manos debajo.
Benjamín retomo su lugar en el sillón con las manos perdidas sin un cigarrillo que sostener. Apenas sentado, se volvió a levantar para ocupar el taburete delante del piano.
-No de vuelta esa melodía de la película francesa que tanto te gusta. Ya me saca de quicio.
Con las manos preparadas sobre las teclas, Benjamín se encogió y rió.
-Quedate tranquila Oce, nada más estoy aburrido.
-¡Estuviste espléndida, amiga mía!
-¿De verdad creés eso? ¡Estoy tan feliz!
Océano abrazó a su amigo por el cuello mientras éste la rodeaba por la cintura. La entrada del teatro se veía atestadísima por el gran contingente que se desparramaba por las avenidas de la ciudad.
Un hombre de baja estatura y vestido de traje interrumpe a la pareja que ya comenzaba a soltarse.
-Discúlpenme, ¿Usted es la señorita Océano Funes de la Torre?
Océano abrió sus ojos intentando descubrir como aquél extraño podría haber descubierto su nombre.
Como adivinando la pregunta en sus ojos, el extraño responde:
-Esta escrito en el folletín del ballet.
-Ah, claro.
A la chica se le empezaron a colorar las mejillas mientras su amigo reía entre toses.
-Mi nombre es Gerardo Casas, y estoy interesado en hacerle unas cuantas ofertas en cuanto a su oficio.
-Dígame.- La voz de Océano parecía nerviosa pero segura.-
-Perfecto. Al teatro le interesaría ofrecerle algunas funciones más a esta que parecía ser la única que iba a presentar, dado el éxito que produjo entre el público.
-Muchas gracias, me parece una oferta interesante…
-Pero esto no termina acá, una compañía amiga está interesada en ofrecerle un contrato para danzar ante unas tribunas dos, ¡qué digo dos! ¡Tres veces mayor a la de este teatrito!
A todo esto, Océano había pasado de la euforia absoluta a la desconfianza.
-¿Cómo puedo fiarme de sus palabras?
-Simplemente porque soy el representante de la empresa que me contrata, aquí le dejo mi tarjeta para poder hablar luego más tranquilamente.
-Muchas gracias, nos vemos.
-Adiós.
En ese momento, Benjamín, que se había dedicado a contemplar el brillo de un cigarrillo encendido entre sus dedos, habló:
-Deberías estar contenta.
-Y lo estoy, eso creo…
Océano se rascó la cabeza y miró a su alrededor.
-Quiero volver a mi casa.
Benjamín contemplaba atentamente a la chica que parecía ansiosa. Cuando Océano lo miró a los ojos, rió.
-Parece que todavía no caes en la suerte que te tocó.
Océano le sonrió, pero esa sonrisa no le llegó a los ojos.
-Tenés razón, estoy un poco confundida.
-¿Querés que ir yendo en un remis?
- No, dejá, me tomo un taxi. Quiero pensar bien que voy a hacer. Además me siento un poco cansada por el show. Mañana nos veremos, adiós.
-Adiós.
Lentamente, Océano caminó hacia el cordón de la avenida, donde paró un taxi que se detuvo frente a ella.
Con una sonrisa en los labios dirigió un saludo al chico que la miraba ahora despreocupadamente desde la entrada del teatro.
Océano le gritó algo que no llegó a entender, pero que lo tomó como un saludo. Acto seguido Ola chica se introdujo en el taxi y cerró la puerta del coche que ya empezaba a avanzar.
El muchacho, ahora solo, se dedicó a pasearse por la vereda hasta encontrar alguna remisería para pedir un coche. Se abotonó el abrigo mientras miraba despreocupadamente las vidrieras de los negocios que comenzaban a cerrar.
Un timbre suena en alguna parte. Benjamín se levanta en ropa interior y corre a atender el teléfono que ya había sonado un par de veces. En la carrera tropieza con la mesita y tira el teléfono que estaba sobre ella. Rápidamente toma el auricular y habla.
-¿Hola?
-¿Benja?- Una voz triste le responde, una voz pegajosa, que se oía a mucosidad y lágrimas.
-Hola Sandra ¿Qué contás?
Al otro lado del auricular, se oía como alguien se echaba a llorar.
-Sandra, ¿Qué pasó? No entiendo nada.
-Esta mañana encontraron el cuerpo de Océano sobre la cama sin vida. Se había cortado una pierna con una cuchilla; perdió mucha sangre. Nadie escuchó nada.
Como venido de otro planeta y repentinamente anormal, se escucho el ruido del teléfono al cortar desde el otro lado.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarme dejó un sabor extraño.
ResponderEliminaruna imagen muy rara.
buen cuento.
ya te hablaré
besongos oceánicos
La sola idea de cortarme una pierna me da ganas de llorar.
ResponderEliminarEl resto ya te lo comenté antes.
Me gustó mucho el cuento.
Un beso.
Un final que te toma desprevenido completamente
ResponderEliminar