domingo, 29 de julio de 2012

Ferretería

  Un negocio vacío. Su frente: de cristales con empapelados con propagandas ya descoloridas por el hurto del sol. La persiana no baja completamente, los mecanismos averiados por el contínuo desgaste y la falta de aceite la dejaron imperturbable a mitad de camino. El único sistema de seguridad que permite que no saqueen el lugar, es la absoluta falta de mantenimiento de los materias: tuercas, clavos, tornillos y demás; estaban corroídos hasta su centro: En el fondo de algunas cajas -aún sin guardar- las goteras habían formado lagunas de óxido. El auricular de un teléfono sobre la mesada, cuelga cual ahorcado podrido y olvidado en la cuna de su muerte.
  La puerta -también de vidrio- que da a la calle, no tiene el cerrojo puesto. Y ante esta sorpresa surge la pregunta de por qué a nadie se le habrá ocurrido nunca -tal vez por mera diversión- el intentar abrir la puerta. Y es aquí cuando usted, querido lector, cae en el hecho de que le mentí al comenzar el relato, ya que el sitio posee, además, otro sistema de seguridad; la ciudad está completamente desierta desde aquél incidente.

Gato blanco

  Me fui en mi coche, en el asiento de acompañantes llevaba todo lo que le había regalado; un libro, un dibujo y un reloj. Estaba tan triste que quise cerrar los ojos y chocar, contra cualquier cosa, pero desaparecer.
  Un gato. En una de las bocacalles a mi derecha: me miraba. Pero su mirada siguió fija en el mismo lugar cuando pasé el cruce. Estaba en el medio del asfalto, desierto por la hora de la noche que era. No pude evitar observar su blancura, sus ojos atentos en un lugar más allá de lo visible; de su posición majestuosa, de su serenidad, a pesar del dolor que me oprimía. Y por un momento olvidé todo.
  La ventanilla baja me hizo recordar que olvidé mi campera de abrigo en su casa; di la vuelta y retomé por la calle lateral para volver a la casa de la que había partido.
  Toqué timbre y ahí estaba ella; con los ojos vidriosos y rojos, pero secos. Me preguntó que quería, y le dije que me había olvidado mi campera. Cerró la puerta para reaparecer en unos instantes con mi abrigo, que me dio cargado de violento sufrimiento. No me lo puse; volví a subir al coche y rehice el camino que había hecho al irme. Pasé por las mismas calles, que me hicieron recordar dolores de hace unos instantes, pero que creí antiguos y que no los iba a tener que revivir jamás.
  Volví a pasar por la bocacalle donde había visto al gato, y lo encontré sin haberse movido ni un milimetro, al menos a mi pobre vista de miope.
  Seguí de largo; un gato no detiene la marcha de nadie. Aunque seguí pensando si ese gato se movería alguna vez de su lugar, o estaría esperando -tal vez conscientemente- la violenta intervención de un auto, el que lo saque de la soledad de su noche.

domingo, 22 de julio de 2012

¿Qué es esta cosa llamada amor?

Solo una condición,
que aparece desde el alba,
pasar tanto tiempo estudiando los rayos de sol
me hirió la retina,
pero ahora lo se...

¿Podrías seguir abrazándome,
sabiendo que te engaño con un mueble de dulces teclas?
¿Podrías seguir entregándote,
conociendo el sexo de mis oídos?

Quizás esto se extienda,
hasta que llegue el momento de tallar las cadenas
sera entonces...

¿Podrías seguir durmiendo conmigo,
entendiendo que me entrego por completo a cinco líneas horizontales,
más que a vos?
¿Podrías seguir soportándome,
a pesar de aturdirte todo el día?

Y en algún momento podremos tener hijos,
ya se alargan en tus brazos.
También sueño con compartir mis deseos.
Si no lo hiciera,
quizás no podría amarlos tanto como vos.

martes, 10 de julio de 2012

Algo

  El niño juega. Corre haciendo círculos en su pieza, con bloques y autitos de carrera; juega.
  Algo esta a los pies la cama, lo vigila con la vista, cuida que su cabeza no se encuentre con los bordes filosos de los juguetes. Algo, que tiene demasiada calma y que su vigilancia es su forma de vida.
  El niño no puede verlo, ni siquiera lo percibe; el niño juega solo. Imagina que los autos tienen alas de avión y los guía en sus minúsculos vuelos.
  Algo está inerte, con la mirada fija, pero sin estar desatento. Está desnudo y no tiene sexo. No puede dormir porque su única naturaleza es velar por un ser. Es casi humano.
  En uno de los vuelos, el niño-guía se enrieda con sus propios pies y comienza a caer. Algo se levanta rápidamente para atajarlo pero se tropieza con un bloque en el suelo. Cae.
  El niño se golpea violentamente el cuello contra el borde de una ventana. La cabeza se desprende, y cae por oscuras escaleras, con apenas luz de una antorcha. En el claro de un bosque, la cabeza deja de rodar y los ojos fijos del niño miran la luna que no lo quiere ver.
  El niño sonríe y recita:
-¿Viste Algo? 
Al final tu existencia pudo reducirse
a nada más que transpiración y aliento.
Mis cuellos te saludan. Suerte.
  Un dios se acerca al claro y patea la cabeza que va a parar a la laguna. Se hunde y se adueña del agua:
-Estas son mis lágrimas.
  Algo ríe a carcajadas.