El niño juega. Corre haciendo círculos en su pieza, con bloques y autitos de carrera; juega.
Algo esta a los pies la cama, lo vigila con la vista, cuida que su cabeza no se encuentre con los bordes filosos de los juguetes. Algo, que tiene demasiada calma y que su vigilancia es su forma de vida.
El niño no puede verlo, ni siquiera lo percibe; el niño juega solo. Imagina que los autos tienen alas de avión y los guía en sus minúsculos vuelos.
Algo está inerte, con la mirada fija, pero sin estar desatento. Está desnudo y no tiene sexo. No puede dormir porque su única naturaleza es velar por un ser. Es casi humano.
En uno de los vuelos, el niño-guía se enrieda con sus propios pies y comienza a caer. Algo se levanta rápidamente para atajarlo pero se tropieza con un bloque en el suelo. Cae.
El niño se golpea violentamente el cuello contra el borde de una ventana. La cabeza se desprende, y cae por oscuras escaleras, con apenas luz de una antorcha. En el claro de un bosque, la cabeza deja de rodar y los ojos fijos del niño miran la luna que no lo quiere ver.
El niño sonríe y recita:
-¿Viste Algo?
Al final tu existencia pudo reducirse
a nada más que transpiración y aliento.
Mis cuellos te saludan. Suerte.
Un dios se acerca al claro y patea la cabeza que va a parar a la laguna. Se hunde y se adueña del agua:
-Estas son mis lágrimas.
Algo ríe a carcajadas.
Este texto merece un Óscar por su desafío.
ResponderEliminarUn abrazo.
tocando lo irreal, se lee fantástico
ResponderEliminarsaludos