lunes, 27 de febrero de 2012

Alcira, la mujer liciada, y su hijo Joaquín.

Cada día, en la parada del amarillo, Escalada acumula sus sombras y las hace fundir en forma de mujer; Alcira. De ojos soñadores, algo asustados, pero unas piernas retorcidas como hiedra.
  Y allí va Joaquín, su sumiso, que la ayuda a subir la escalera, y preserva su orgullo dejándola sola después. Joaquín, que la ama y espanta sus fantasmas; que lleva un paraguas para los días de lluvia, y los de sol también.
  Alcira despide a su sumiso en la estación, y esta historia, tan repetida que podría hacer al cuento, novela y a la novela eterna.
  O hasta que en un descuido, Alcira termine bajo las ruedas del amarillo, o se haga ángel.

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