lunes, 27 de febrero de 2012

Invitado a viajar

De repente, despertó.

  Justo, una estación antes de la que se tenía que bajar, un trayecto largo que aprovecharía para despejarse. Se le ocurrió mirar su reloj de muñeca. 18.30, no podía ser. Había hecho un viaje de 30 minutos... No, su reloj estaba descompuesto. Sí, eso debió ser.
  De cara a la ventanilla, se volvió para hablar con su acompañante de asiento que, raramente, era muy similar a su anterior acompañante;
- Disculpe, ¿Podría decirme la hora?
-Sí, cómo no. Las seis y media.
-Muchas gracias.
  No había dudas, había hecho el recorrido entero del tren, dos veces. Pero lo que le parecía imposible es que, ahora más despejado, podía reconocer a todas las personas, con sus respectivas posiciones, en el tren. Esas mísmas posiciones que ahora contemplaba, dos horas después, sin poder comprender.
  Se volvió otra vez a su acompañante, que era una mujer de unos cincuenta años de edad, con algunas arrugas, pero con la mirada cansada de la rutina.
-Disculpe, por casualidad ¿Usted se tomo este tren dos horas antes también?
  La mujer no se volvió para responderle al instante. Y cuando lo hizo, una mirada enferma le adornaba los ojos, una sonrisa ancha, desquiciada y con una voz, que no era la misma, respondió:
-Sí, todos. Estábamos esperando que despiertes; no queríamos darte el regalo mientras dormías.
  En ese instante, el tren descarriló en uno de los puentes por los que pasaba, precipitándose al lago que se encontraba debajo.
  En el ultimo instante nadie quedaba en el tren; solo él, y su suerte.



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